5/04/2006

17.- España 82. Zico, Sócrates, Falcão...




¿Qué selección brasileña ha sido la mejor de todos los tiempos? O por plantearlo de una forma menos humilde pero más ajustada: ¿Cuál ha sido el mejor equipo de la historia?

Muchos sostienen que fue aquella de México 70, capitaneada por Pelé, que ganó la tercera copa. Y al verla jugar, en partidos de archivo, uno casi se inclina a aceptarlo. Aquel Brasil jugaba de tiralíneas. Aunque sin velocidad.

Otros afirman que fue la de Suecia 62. Pelé y Garrincha deslumbraron al mundo. Otros con menos memoria, por ser más jóvenes, apuntan al tetra del 94, o incluso al penta de Korea 2002.

Para mí nunca fue tan exquisito el futbol como en las botas de la armada del 82.

De hecho, la revelación del futbol como un arte se produjo para mí en aquellos días. Yo tenía 15 años. Se jugaba la copa en España. Y mi ciudad natal, Málaga, era una de las sedes.

Aquel año Brasil no ganó. Fue eliminado por Italia, comandada por un rácano Paolo Rossi, y sostenida en el juego sucio del arrabalero Gentile, un auténtico mafioso del balón.

Aquella Italia lamentable fue la campeona. Y nos dejó una mueca amarga a los que nos asomábamos al futbol por primera vez.

Brasil no ganó. Pero nunca jugó mejor. Los arabescos que trenzaban por el campo aquellos hombres todavía encienden la fantasía colectiva. Nadie recuerda, en cambio, una sola jugada de los italianos.

Ver jugar a Zico, Socrates, Falcão, Junior, Toninho Cerezo fue un privilegio inolvidable. Nunca otro equipo consiguió acercar tanto el fútbol a un arte mayor.

Telé Santana, recientemente fallecido, fue el único técnico que siguió entrenando la selección después de perder un mundial. Y es que los brasileños eran conscientes de haber obrado durante unos instantes el milagro, la quintaesencia del fútbol.

Ha pasado el tiempo. Y todavía no he podido olvidar aquel 4-1 que le metieron a los bravos escoceses. Aquello era un equipo de once Zidanes. Todos en estado de gracia, buscando la belleza por encima del resultado. Gustándose, brillando, rozando la perfección.

Cuando vencieron a Argentina por 3 -1 parecía que estaba todo hecho. No pudo ser...

La derrota frente al catenaccio trajo consecuencias. Los brasileños entendieron que si querían ganar tenían que renunciar a sus mejores esencias.

Desde entonces una política calculista, de fútbol práctico se impuso. Y Brasil volvió a ganar. A costa de perder aquella magia. O, mejor, de administrarla.

Los que eramos unos niños entonces descubrimos el lado religioso del fútbol. Entendimos confusamente, viendo jugar aquel Brasil, que el fútbol era más que una metáfora. El fútbol no era como la vida. El fútbol era la vida.

Así lo siente, al menos, el brasileño, para quién el mundo es y será siempre una pelota.

En 1982 se quebraron muchos sueños. Pero aprendimos una importante lección.

A veces, es preferible la derrota.