
En toda mesa de bar o restaurante que se precie no faltará un buen molho de pimienta junto al salero.
Y si no, basta llamar al camarero: Garçon, me da ai uma pimentinha!
Porque es costumbre animar la comida con este diabólica fruto que ayuda a hacer la digestión en los calores del trópico.
Al principio, uno se asusta un poco. La boca arde, falta el aliento. Rápido uno se acostumbra y termina por sentir su falta.
Hay muchas variedades de pimienta populares en Brasil. La pimenta do reino es la que más se parece a nuestra pimienta negra. La de cheiro es achatada, verde o naranja, y combina bien con el arroz. La pimenta bode tiene un sabor variable y se usa en todo tipo de guisos y platos.
Pero la más popular, la más poderosa, es quizá la pimenta malagueta, roja, alargada, hermana de la guindilla, aunque de un sabor más sutil.

La malagueta se emplea a menudo en forma líquida, en populares botellines que se rocían sobre el espeto, el arroz o el caldo para encenderle la temperatura.
Es un brebaje poderoso, que debe ser respetado, y que tonifica hasta los alimentos más rancios. La malagueta nos vuelve locuaces, sensuales, nos ayuda a romper a sudar, y sentir el fuego de la tierra.
La malagueta llama a la cerveza, que ayuda a apagar sus ardores. Rubí líquido en forma de tempero.
La malagueta es puro samba en el plato.